Por el Profesor Ricardo González.
Cada 25 de mayo, los argentinos recordamos con orgullo la Revolución de Mayo de 1810. Se enseñan en las escuelas imágenes de cabildos llenos de pueblo y próceres decididos a romper las cadenas del dominio español. Sin embargo, ¿todo lo que sabemos sobre ese momento fundacional es realmente cierto? ¿O estamos repitiendo algunos mitos creados mucho tiempo después de los hechos?
Muchos historiadores coinciden en que la Revolución de Mayo fue mucho más compleja que lo que muestra la versión tradicional. Según José Carlos Chiaramonte, uno de los principales especialistas en el período, no se trató de una revolución democrática impulsada por las masas, sino de una transformación política liderada por sectores de la élite porteña. “El protagonismo popular ha sido, en parte, una construcción posterior para legitimar un nuevo orden político”, explica.
Otro mito muy repetido es que en 1810 se buscaba la independencia total de España. Sin embargo, como recuerda Gabriel Di Meglio, en realidad “no todos querían separarse del rey”. De hecho, la Junta que se formó después del 25 de mayo juró lealtad a Fernando VII, el monarca español que había sido destituido por Napoleón. Era una forma de encubrir un cambio de poder sin romper abiertamente con la monarquía.
Además, suele pensarse que Buenos Aires lideró sola el proceso revolucionario, pero esto borra de la historia la participación —y también la resistencia— de muchas regiones del antiguo Virreinato. Tulio Halperín Donghi advierte que se construyó una historia “porteña” de la Revolución, ignorando que no todas las provincias compartían el mismo entusiasmo ni los mismos intereses.
Frente a estas miradas más críticas, aparece también la visión de Norberto Galasso, un historiador argentino que ha defendido una interpretación nacional y popular de la historia. Para Galasso, la Revolución de Mayo fue “el primer paso de un largo proceso de liberación nacional” y no debe desestimarse su carácter transformador. Critica duramente a lo que llama la “historia oficial”, escrita por los vencedores, que “ocultó el papel del pueblo y deformó las verdaderas intenciones de hombres como Moreno o Castelli” (Galasso, Los Malditos, 2005). Para él, figuras como Moreno no eran simples liberales ilustrados, sino revolucionarios con un fuerte compromiso con la justicia social.
Así, mientras algunos historiadores buscan desmontar los relatos construidos desde el poder, otros como Galasso insisten en rescatar la dimensión popular y emancipadora del proceso. Ambas posturas invitan a mirar la Revolución de Mayo con más profundidad: no como una postal fija del pasado, sino como un hecho vivo, en permanente debate.
Lo cierto es que la historia no es una sola y definitiva. Entender los mitos de la Revolución nos ayuda no solo a conocer mejor nuestro pasado, sino también a pensar críticamente el presente.
Bibliografía.
Chiaramonte, J. C. (2004). Nación y Estado en Iberoamérica. Sudamericana.
Di Meglio, G. (2010). ¡Viva el bajo pueblo!. Prometeo.
Halperín Donghi, T. (1972). Revolución y guerra. Siglo XXI.
Galasso, N. (2005). Los Malditos: hombres y mujeres excluidos de la historia oficial. Ediciones Colihue.